Pero, ¿qué ocurrirá si, haga lo que haga el perro, siempre lo
castigamos? Una jaula con una parrilla electrificada por suelo. Un perro
encerrado dentro. Una serie de descargas que se repiten a intervalos
variables, indefinidamente, sin que nada de lo que haga el animal tenga
como consecuencia el cese del martirio. Al principio el perro
desarrollará una actividad frenética, hará todo lo que un perro puede
hacer dentro de una jaula con la esperanza de que el azar y su empeño
den con el comportamiento que le libere del suplicio: levantar la pata
izquierda delantera, la derecha, aullar, saltar, mover el rabo...
Lo que demonios sea que se le haya antojado al
experimentador-torturador para que acaben de una vez las malditas
descargas. Pero todo es inútil. Haga lo que haga las descargas
continúan, cadenciosamente, sin piedad, sin fin. El perro acaba por
dejarse caer en un rincón y no hacer nada. No come. No ladra. No se
queja. No lucha. Soporta descarga tras descarga sin inmutarse. Está
enfermo. Sufre indefensión aprendida.
Hace veinte años que escuché por primera vez esta lección de psicología básica. Casi la había olvidado.
¿Es usted un buen ciudadano? ¿Un buen trabajador? ¿Un buen padre? ¿Un
buen vecino? ¿Respeta las normas? ¿Paga sus impuestos? ¿Es honesto con
los demás? ¿Y consigo mismo? ¿Actúa según le dicta su conciencia? ¿Cree
en el sistema? ¿O acaso no cree en él? ¿Ha hecho lo que le decían desde
pequeño que tenía que hacer para vivir tranquilo y honradamente? ¿Ha
estudiado? ¿Se ha preparado unas oposiciones? ¿Ha hecho un master? ¿Sabe
idiomas? ¿Ha trabajado duramente desde muy joven? ¿Se levanta temprano
todos los días y dedica jornada tras jornada a aportar algo a la
sociedad? ¿Paga sus facturas si es que todavía puede pagarlas? ¿Ha
votado a la derecha? ¿Ha votado a la izquierda? ¿No vota?... Da igual.
¿No tiene usted la sensación de que, sea cual sea su respuesta a esas
preguntas, da igual? Que igualmente le bajarán el salario una y otra
vez, o lo despedirán, o se quedarán con su casa, o le asfixiarán las
deudas, o no verá futuro para sus hijos. Da igual que sea usted
funcionario, albañil, autónomo, inmigrante, de pueblo, de ciudad, viejo,
joven, hombre o mujer. Da igual que le ponga empeño a lo que hace, que
crea en ello, que espere una recompensa... No habrá recompensa. Mejor
dicho: la recompensa no vendrá del que le mantiene encerrado en una
jaula con parrilla electrificada por suelo. Él ha decidido que ahora
toca la descarga indiscriminada y la indefensión aprendida.
Pero le contaré un secreto. La jaula tiene una puerta. Todas las
jaulas tienen una. Dentro de la jaula no acabarán las descargas pero
fuera hay aire puro, tierra firme, alimento fresco y otros perros
maltratados con los que, tras maniatar y amordazar al
experimentador-torturador, construir un mundo sin jaulas. Solo es
cuestión de abandonar el rincón en el que nos hemos ovillado sumidos en
la desesperanza, comprender que la única salida está tras las rejas y
descorrer el cerrojo.
Hace veinte años que escuché esta lección de psicología básica por
primera vez. Y casi la había olvidado... Con lo importante que era.
Sofía Balmont
Procedente de: Blogueros y Corresponsales de la Revolución
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